(Publicado en el boletín estudiantil “Papeles de análisis y expresión”, N° 1. Lima, Diciembre de 1996. FCE - UNMSM)
Es conocido que actualmente no estudiar, o hacerlo a último momento, plagiar en algún examen, no desarrollar bien o no presentar algún trabajo de investigación, etc. son hechos que suceden (o nos suceden) en más de una ocasión en algún curso; pero también ocurre que el personaje referido (tú, él, yo, nosotros …) aprueba; es decir, la racionalidad consiste en minimizar esfuerzos para alcanzar lo que deseamos: aprobar (¿el óptimo?)
Hace días leímos una revista local (Debate N° 91) en la que usaban tres adjetivos para definir a la Generación X: irresponsables, superfluos e incultos, ¿alguien se sintió aludido? Segura respuesta: Muchos (o casi todos) ¿o no? Otra afirmación del citado artículo “los jóvenes de antes eran irreverentes, los de ahora, indiferentes”, en fin, podríamos seguir recolectando opiniones y serían muy similares. Lo que no nos llama la atención es que “gente X” concurra a San Marcos, total nuestra universidad, para muchos, representa nuestro país en pequeña escala.
Pero, ¿qué factores contribuyen a aumentar dentro de nuestras aulas esos comportamientos? Las Ciencias Sociales (Sociología, Economía, Antropología, entre otras) tienen explicaciones para ello. En este texto queremos permanecer en el campo descriptivo del problema, n por facilismo, sino porque nos interesa primero identificarlos, y se conscientes de ello.
Entre, los factores o variables aludidos, nos parece está la falta de motivación, la baja calidad académica de la mayoría de nuestros docentes, la costumbre de no hacer uso de nuestro sentido crítico, algo que arrastramos de nuestro hogar y el colegio, el ambiente social, político, económico de nuestro país y del mundo, entre otros. Como alumnos no queremos exonerarnos de responsabilidad en lo que hacemos y no hacemos, pero queremos identificar las variables más notorias que son la causa del problema lo haremos desde nuestra facultad, ya que es la realidad más próxima que tenemos de la universidad.
Se supone que en la universidad, profesor y alumno se forman mutuamente, los dos son agentes, no existe parte pasiva ni activa, ambas partes aprenden uno de la otra, lamentablemente en nuestra facultad no ocurre ello, ambas partes no asumimos el rol que nos compete, en vista que ya hicimos referencia a nosotros, los alumnos hablamos de la otra parte. Es cierto, que los profesores no pertenecen a nuestra generación, los racionado entre 1968 y 1979, pero al parecer comparten lagunas de las características de la llamada Generación X. No pretendemos ahondar en las que ya conocidas y bien fundamentadas críticas que les hacen algunos alumnos (y las crítica a voz muy baja, casi interna, que hace la mayoría) si no enfocar su comportamiento como una variable de causalidad a las actitudes de nosotros, los alumnos (talvez no determinante, tal vez si en muchos caso). Igual ocurre con el comportamiento de las autoridades y el personal administrativo, también influyen en nuestro “comportamiento del tipo X” (asumiendo constantes las demás variables). Creemos que nuestras actitudes también influyen sobre los profesores y autoridades, loa aceptamos, Entonces competa a ambas partes dialogar, llegar a puntos de acuerdo y de acción conjunta que permite que nuestra facultad, realmente sea una Facultad de Ciencias Económicas, y que se promueva un real clima universitario, en el que se busque generar conocimiento y una auténtica consolidación de alumnos y profesores como personas que tratan de aportar soluciones a su familia, universidad y país. Caso contrario, será más probable que la gran mayoría de nosotros, cuando egresemos, seamos hechos de lado, no solo por la preferencia de economistas provenientes de universidades particulares, sino básicamente por el bajo nivel académico promedio que es característico de nuestra facultad, hoy en día. Simple razonamiento: si aumenta éste, nos beneficiaremos todos, claro siempre exitirán los extremos, pero recordemos que casi todo se mide en promedio, incluso la existencia de la generación X en San Marcos.
domingo, 22 de febrero de 2009
Circo Beat (¿de futuros economistas?)
(Publicado en “Papeles de análisis y expresión”, N° 2. Lima, Mayo de 1997. Boletín informativo de los alumnos de la Facultad de Ciencias Económicas de la U.N.M.S.M.)
"Tal vez estoy siendo escuchado por 50 mil retrasados mentales y no puedo ser cómplice de esta situación histérica en la que no sucede nada"
Fito Paéz
Lo anotado por el mejor cantante argentino de este momento fue a propósito de sus presentaciones en estadios llenos; algo que contrasta un tanto con su preferencia, normalmente, de actuar en lugares más pequeños. Entendible, pues usualmente nos dejamos llevar por la moda de la multitud, por lo banal, más no la esencia de las cosas; nos olvidamos de lo que dijo Einstein: “Detrás de las cosas tiene que haber algo profundamente oculto”.
Uno se pone a meditar y se pregunta: ¿un futuro economista debe ser comparsa del Circo Beat (“el circo más sexy, más real, más tonto del mundo”) o afirmar “mi pasado es real y el futuro libertad … cuando yo era pibe era del Circo Beat … no pasaba nada en el Circo Beat”.
Con motivo de esta publicación pensamos en dos importantes economistas Alfred Marshall y John Maynard Keynes, ninguno de ellos fue indiferente en su tiempo. Keynes iba a Cambridge a estudiar matemáticas, lo hacía bien, pero se estaba “cuadriculando”, “Estoy agobiando mi cerebro, destruyendo mi intelecto, torciendo mis inclinaciones”, diría en cierta ocasión.
Keynes empieza sus estudios de Economía con un libro de Marshall (Principios de Economía), pero no se quedó allí, buscó crear otra teoría, la hoy famosa teoría keynesiana (la que llevamos en Macroeconomía) (los que estén interesados en leer amenas biografías de economistas, vayan a la biblioteca de la facultad y saquen el libro: BUCHHOLZ, Todd (1993) Nuevas Ideas de Economistas de Ayer. Buenos Aires: Ateneo.)
La idea es no aceptar todo con un “Amén”, sino razonar, pensar, no quedarse en lo convencional, crear. Es de brutos y bárbaros ilustrados pensar que se sabe todo cuando simplemente se ha percibido una parte de lo ilimitado del conocimiento. Creer que por aprender una teoría económica se sabe todo, no es nada científico, una actitud así sólo lleva al estancamiento de la persona y la sociedad. ¿Se imaginan a Galileo, Newton o Einstein, se hubiesen conformado con todo lo que leían o les decían? Tal vez seguiríamos con la idea de que el sol gira alrededor de la tierra. Tal vez hoy tengamos la idea de que nuestra facultad, en la ciencia que estudiamos, en nuestro país las cosas son del color de las rodas; si es así preocupémonos por darle buen fundamento a esas opiniones; si no es así busquemos la manera de mejorar la situación.
Economistas y Chimpancés
(Publicado en “Catalaxis. Revista Ilustrada de Estudiantes de Ciencias Económicas” N° 3, Julio de 1996. Lima: Sociedad Corsaria & Editores)
"Ciertos economistas son muy económicos en lo que hacen a sus pensamientos. La menor idea adquirida deberá durar toda la vida"
Por un instante imaginémonos en un zoológico, si queremos estudiar a un chimpancé, p.e.: debemos observarlo, analizarlos, tomar apuntes de su comportamiento y finalmente sistematizar todo lo anterior.
La Economía, una ciencia social (a decir de Mario Bunge, la Reina de las Ciencias Sociales), tiene como objetivo tratar de entender y explicar lo que sucede en una sociedad determinada, dado por entendido esto; el economista debe asumir una actitud de observador (análoga a la del zoólogo). Si bien es cierto, el hombre participa en el fenómeno económico como agente y como observador (fenómeno llamado dualismo epistemológico que está presente en las Ciencias Sociales), el economista no debe quedarse en el papel de agente económico (análogo al chimpancé); esencialmente debe investigar, desarrollar teorías, modelo, buscar contrastar sus relaciones de causalidad para que pueda intentar plantear soluciones a los problemas económicos vía políticas del mismo tipo. Es decir, hacer teoría económica no es un juego, como cualquier diletante pudiese pensar.
La megatendencia actual en el campo de la Ciencia Económica es buscar la especialización en estudios técnicos (apoltronarse usando recetas, sin buscar en lo oculto la esencia de las cosas) con las finanzas o el marketing, ¿ya entiende por que se habla tanto de estudios de postgrado en Kellog, Chicago o Stanford? Pero es una tremenda falacia afirmar que el fin del economista es ser empresario (recuérdese que lo primero no implica necesariamente lo segundo), notándose por ello en nuestro medio la aparición de escuelas de negocios bajo el nombre (mal dado) de Universidades, contribuyendo así a confundir y reforzar este pensamiento (véase Debate N°87 y Quehacer N°99)
Lamentablemente desde hace buen tiempo se tiene esa visión deformada y parcial de lo que es teoría económica. Ahora, por lo general, sólo se enseña una de ellas: la neoclásica; peor aún se cree que ella es representación fiel de cualquier realidad en el globo terráqueo, cuando es sólo la abstracción de una realidad imaginaria (es como si, quisiéramos aplicar la teoría proveniente de una realidad como Macondo, Utopía o La Atlántida a una realidad como la nuestra). Creo que está implícito, pero deducible, lo que compete a los economistas jóvenes especialmente a los latinoamericanos.
La época en que nos toca vivir, en que “el tecnócrata parece haber reemplazado al burócrata y el informático al mismo filósofo” –como dice Bryce Echenique (Quehacer N°100)- no debe llevarnos a actuar como agentes meramente imitadores, irreflexivos o casi nada creativos (cualquier semejanza con un chimpancé, consulte con un zoólogo).
La Economía, una ciencia social (a decir de Mario Bunge, la Reina de las Ciencias Sociales), tiene como objetivo tratar de entender y explicar lo que sucede en una sociedad determinada, dado por entendido esto; el economista debe asumir una actitud de observador (análoga a la del zoólogo). Si bien es cierto, el hombre participa en el fenómeno económico como agente y como observador (fenómeno llamado dualismo epistemológico que está presente en las Ciencias Sociales), el economista no debe quedarse en el papel de agente económico (análogo al chimpancé); esencialmente debe investigar, desarrollar teorías, modelo, buscar contrastar sus relaciones de causalidad para que pueda intentar plantear soluciones a los problemas económicos vía políticas del mismo tipo. Es decir, hacer teoría económica no es un juego, como cualquier diletante pudiese pensar.
La megatendencia actual en el campo de la Ciencia Económica es buscar la especialización en estudios técnicos (apoltronarse usando recetas, sin buscar en lo oculto la esencia de las cosas) con las finanzas o el marketing, ¿ya entiende por que se habla tanto de estudios de postgrado en Kellog, Chicago o Stanford? Pero es una tremenda falacia afirmar que el fin del economista es ser empresario (recuérdese que lo primero no implica necesariamente lo segundo), notándose por ello en nuestro medio la aparición de escuelas de negocios bajo el nombre (mal dado) de Universidades, contribuyendo así a confundir y reforzar este pensamiento (véase Debate N°87 y Quehacer N°99)
Lamentablemente desde hace buen tiempo se tiene esa visión deformada y parcial de lo que es teoría económica. Ahora, por lo general, sólo se enseña una de ellas: la neoclásica; peor aún se cree que ella es representación fiel de cualquier realidad en el globo terráqueo, cuando es sólo la abstracción de una realidad imaginaria (es como si, quisiéramos aplicar la teoría proveniente de una realidad como Macondo, Utopía o La Atlántida a una realidad como la nuestra). Creo que está implícito, pero deducible, lo que compete a los economistas jóvenes especialmente a los latinoamericanos.
La época en que nos toca vivir, en que “el tecnócrata parece haber reemplazado al burócrata y el informático al mismo filósofo” –como dice Bryce Echenique (Quehacer N°100)- no debe llevarnos a actuar como agentes meramente imitadores, irreflexivos o casi nada creativos (cualquier semejanza con un chimpancé, consulte con un zoólogo).
Universidad y Sobonería
(Publicado en “Catalaxis. Revista Ilustrada de Estudiantes de Ciencias Económicas” N° 3, Julio de 1996. Lima: Sociedad Corsaria & Editores)
"Tuve que interrumpir mi educación para ir a la escuela"
Gabriel García Márquez
El profesor Canice Prendergast (1) (Universidad de Chicago) dedicado al estudio de la microeconomía, hace algún tiempo ha desarrollado una teoría sobre la adulación o sobonería en la empresa norteamericana, la misma que es aplicable a partidos políticos, entidades gubernamentales y universidades; podríamos decir que éste fue el punto clave para dar origen al presente texto.
El contexto en el que nos encontramos es el de una primacía del conocimiento, generador de nuevas relaciones tecnológicas en la economía. A nivel país, para propósitos del escrito, asumiremos un contexto social en el cual prima la incertidumbre (no está claro hasta donde se puede llegar, enmarcada sólo en el corto plazo); se endiosa el pragmatismo, confundiéndose éste con improvisación (la mera acción constituye el loro de objetivos trascendentes); existen pocos espacios para intercambiar puntos de vista; el comportamiento individualista y egoísta está muy extendido; se da poca importancia a los trabajos grupales; se da una reducción y desarticulación paulatina de las instituciones; lo político no se toma en cuenta. Estos comportamientos se dan en la Universidad, pero sumándose algunos problemas propios de ella; para proseguir trataremos de definir Universidad.
Universidad: institución de la comunidad dedicada a la conquista del conocimiento, la solución de problemas, la apreciación crítica de las realizaciones y la formación de la persona a un alto nivel cultural, humano, técnico, espiritual y ético.
Así tenemos que, en el interior de la Universidad, en lugar de formar sólo se informa y en algunos casos se desinforma. Muchos de sus principios han sido dejados de lado, mirándola sólo como un medio para obtener un puesto de trabajo a futuro; las currículas parecieran demasiado cerradas, no dando espacio para el estudio independiente; ni profesores, ni alumnos pareciéramos tener en claro que ambos somos agentes (no una relación emisor-receptor); de que la ciencia y el conocimiento supone interacción, enseñanza y aprendizaje simultáneo.
Analizándolos separadamente, podemos ver que por el lado de los profesores son pocos los que por su nivel académico, la manera como desarrollan sus clases, el material que brindan y su puntualidad, se ganan el respeto de los alumnos. Por el lado de los alumnos, empezar a hacer uso de la llamada Microeconomía de la Sobonería. Por ejemplo, muchos buscan indagar la opinión y posición del profesor para plasmar algo similar en los exámenes, dejando de lado su propia opinión. Se pide constantemente que se nos brinde casi todo digerido, existe poca cantidad demandada de lectura, material extra o trabajos que impliquen un esfuerzo adicional; infiriéndose que el objetivo no es formarse, sino sólo aprobar las asignaturas.
Otro ejemplo, casi nunca se critica, ni se hace sugerencias, ni se entabla diálogo frontal con el profesor, estando éste presente en el aula. Con respecto a su desempeño en el curso, se prefiere callar y evitar desentonar con el común e los estudiantes; a la vez evitar posibles problemas con el profesor. Prendergast sotiene que el “efecto sobón” es generalizado, especialmente cuando los profesores son autoritarios y/o mediocres.
Se desvirtúa la esencia de la Universidad, se deja de lado el pensamiento crítico, independiente y creativo. A la vez algunos estudiantes, llamémosle más conscientes del problema, por un análisis costo-beneficio preferirán no asistir a clase, ya que lo que debió ser un bien se transforma en un mal (no querrá consumir más dicho servicio), lo asumirá como un obstáculo en su formación como persona y profesional. Las consecuencias de esto se hacen presentes cuando los alumnos, ya casi profesionales, transmiten esos patrones en sus puestos de trabajo.
Cabe señalar que la microeconomía de la sobonería puede también ser usada para analizar relaciones entre profesores y jefes de unidad, decanos o rectores, el “sí señor” será frase clave para ascender más rápido y más alto tanto en cargos, como remuneraciones.
Como conclusión se puede inferir que debido a la racionalidad y su contexto social, sumado a la distorsión o falta de conocimiento de lo que significa ser universitario y al poco cuidado que en ocasiones se tiene para seleccionar al personal docente, en muchas ocasiones se deriva en situaciones sociales y económicas nada deseables, asumiendo un punto de vista distorsionado sobre la Universidad y el país.
(1) Nota: para la redacción de nuestro artículos tuvimos acceso a ciertos avances del tema que luego se plasmarían en: Prendergast, Canice y Robert Topel. "Favoritism in Organizations," Journal of Political Economy, Vol. 104, No. 5, October 1996
El contexto en el que nos encontramos es el de una primacía del conocimiento, generador de nuevas relaciones tecnológicas en la economía. A nivel país, para propósitos del escrito, asumiremos un contexto social en el cual prima la incertidumbre (no está claro hasta donde se puede llegar, enmarcada sólo en el corto plazo); se endiosa el pragmatismo, confundiéndose éste con improvisación (la mera acción constituye el loro de objetivos trascendentes); existen pocos espacios para intercambiar puntos de vista; el comportamiento individualista y egoísta está muy extendido; se da poca importancia a los trabajos grupales; se da una reducción y desarticulación paulatina de las instituciones; lo político no se toma en cuenta. Estos comportamientos se dan en la Universidad, pero sumándose algunos problemas propios de ella; para proseguir trataremos de definir Universidad.
Universidad: institución de la comunidad dedicada a la conquista del conocimiento, la solución de problemas, la apreciación crítica de las realizaciones y la formación de la persona a un alto nivel cultural, humano, técnico, espiritual y ético.
Así tenemos que, en el interior de la Universidad, en lugar de formar sólo se informa y en algunos casos se desinforma. Muchos de sus principios han sido dejados de lado, mirándola sólo como un medio para obtener un puesto de trabajo a futuro; las currículas parecieran demasiado cerradas, no dando espacio para el estudio independiente; ni profesores, ni alumnos pareciéramos tener en claro que ambos somos agentes (no una relación emisor-receptor); de que la ciencia y el conocimiento supone interacción, enseñanza y aprendizaje simultáneo.
Analizándolos separadamente, podemos ver que por el lado de los profesores son pocos los que por su nivel académico, la manera como desarrollan sus clases, el material que brindan y su puntualidad, se ganan el respeto de los alumnos. Por el lado de los alumnos, empezar a hacer uso de la llamada Microeconomía de la Sobonería. Por ejemplo, muchos buscan indagar la opinión y posición del profesor para plasmar algo similar en los exámenes, dejando de lado su propia opinión. Se pide constantemente que se nos brinde casi todo digerido, existe poca cantidad demandada de lectura, material extra o trabajos que impliquen un esfuerzo adicional; infiriéndose que el objetivo no es formarse, sino sólo aprobar las asignaturas.
Otro ejemplo, casi nunca se critica, ni se hace sugerencias, ni se entabla diálogo frontal con el profesor, estando éste presente en el aula. Con respecto a su desempeño en el curso, se prefiere callar y evitar desentonar con el común e los estudiantes; a la vez evitar posibles problemas con el profesor. Prendergast sotiene que el “efecto sobón” es generalizado, especialmente cuando los profesores son autoritarios y/o mediocres.
Se desvirtúa la esencia de la Universidad, se deja de lado el pensamiento crítico, independiente y creativo. A la vez algunos estudiantes, llamémosle más conscientes del problema, por un análisis costo-beneficio preferirán no asistir a clase, ya que lo que debió ser un bien se transforma en un mal (no querrá consumir más dicho servicio), lo asumirá como un obstáculo en su formación como persona y profesional. Las consecuencias de esto se hacen presentes cuando los alumnos, ya casi profesionales, transmiten esos patrones en sus puestos de trabajo.
Cabe señalar que la microeconomía de la sobonería puede también ser usada para analizar relaciones entre profesores y jefes de unidad, decanos o rectores, el “sí señor” será frase clave para ascender más rápido y más alto tanto en cargos, como remuneraciones.
Como conclusión se puede inferir que debido a la racionalidad y su contexto social, sumado a la distorsión o falta de conocimiento de lo que significa ser universitario y al poco cuidado que en ocasiones se tiene para seleccionar al personal docente, en muchas ocasiones se deriva en situaciones sociales y económicas nada deseables, asumiendo un punto de vista distorsionado sobre la Universidad y el país.
(1) Nota: para la redacción de nuestro artículos tuvimos acceso a ciertos avances del tema que luego se plasmarían en: Prendergast, Canice y Robert Topel. "Favoritism in Organizations," Journal of Political Economy, Vol. 104, No. 5, October 1996
Diarios de baja calidad
El presente escrito fue publicado hace buen tiempo, dado que deseo abordar algunos temas relacionados con los medios de comunicación y la sociedad peruana me permito publicarlo por primera vez en un medio digital
¿Por qué existen en nuestro medio diarios, de circulación masiva, tales como: Ajá, El Chino, El Mañanero, La Chuchi, Ojo, Onda y otros?
Es conocido que éstos apelan a la “cultura” seudo-popular, con un estilo periodístico nada ético, con titulares procaces, fotos grotescas e incluso pornográficas. Las noticias que publican sólo contribuyen a incrementar el clima de violencia imperante, exacerbar los instintos de las personas y peor aún, ahondar el grado de desinformación sobre los problemas vitales que vivimos.
Trataremos de dar una explicación parcial al problema.
Asumamos, que le consumidor (lector) de nuestra economía, al momento de elegir su canasta de consumo (conjunto de bienes), actúa como si buscara maximizar la satisfacción de sus necesidades, asumiendo para ello un sistema de preferencias ordenadas jerárquicamente, es decir, establece prioridades en cuanto a la satisfacción de sus necesidades.
Podemos ordenar las necesidades en tres categorías: primarias (alimentos, abrigo, etc.), convencionales (relaciones interpersonales, lectura de diarios) y de orden superior (lujos), siendo las dos últimas formadas y moldeadas por el contexto social.
Las necesidades de nuestro lector son infinitas, al satisfacer una, aparecerá la siguiente, pero manteniendo la jerarquía de sus necesidades (por ejemplo: primero satisface el hambre, luego compra un diario: no al revés). No olvidemos que nuestro lector estará sujeto a un ingreso real, en el caso peruano, éste cayó 10,1% entre enero de 1995-1996, en el sector público. Por lo que cambios en su ingreso real (ingreso nominal entre IPC) le permitirán tener cambios cuantitativos y cualitativos en su canasta de consumo.
Es decir, a mediada que aumenta su ingreso real y satisfaga necesidades de mayor grado saldrán e ingresaran bienes en la canasta de nuestro lector, ya que éstos también están jerarquizados, los bienes que dejará serán los llamados bienes inferiores (dejará de leer La Chuchi, y leerá, por ejemplo, El Comercio).
En la Teoría de las Preferencias Lexicográficas (nuestra teoría para el análisis) se considera como bienes inferiores aquellos bienes de baja calidad, que a medida que aumente el ingresos, se sustituyen por otros que satisfacen tanto las necesidades iniciales como las de mayor orden (si leo El Comercio, estaré mejor informado que si leo La Chuchi).
Podemos catalogar a los diarios mencionados al inicio como bienes inferiores, pero ¿por qué son demandados?, porque la estructura de la demanda de bienes en la sociedad tiene relación con la distribución del ingreso. Y no debemos olvidar que en el Perú la diferencia del ingreso promedio de los hogares del 10% más pobre al 10% más rico es de 1 a 23. Tampoco olvidemos que existe cierta calidad en las canastas de consumo que nos permite reconocer los bienes y los grupos sociales a su consumo.
Con esas consideraciones, creo que ya vamos comprendiendo porque el 35,8% de nuestra población (23,1 millones es la población total) que lee diarios, una gran mayoría (de los estratos socio-económicos bajos) lee diarios catalogados como bienes inferiores. Ayudará más a la comprensión de esto si mencionamos que el 40% de los hogares más pobres del país perciben menos del 10% del ingreso nacional.
Si recordamos que 11 millones de peruanos viven en pobreza crítica, entenderemos porque para ellos comprar diarios cuyo precio promedio es de S/.1,5 aprox. (El Comercio, El Sol, etc.), significa adquirir un bien de lujo. Un compatriota con salario mínimo de S/.132 tendría que destinar S/.45 (34% de su ingreso), si desea mantenerse como mínimo informado en la actual era de la información.
En resumen, podemos afirmar que el nivel de ingresos de la mayoría de la población, condiciona la permanencia en el mercado de esos diarios de baja calidad periodística. Y dada la coyuntura publicar uno similar podría resultar lucrativo.
¿Por qué existen en nuestro medio diarios, de circulación masiva, tales como: Ajá, El Chino, El Mañanero, La Chuchi, Ojo, Onda y otros?
Es conocido que éstos apelan a la “cultura” seudo-popular, con un estilo periodístico nada ético, con titulares procaces, fotos grotescas e incluso pornográficas. Las noticias que publican sólo contribuyen a incrementar el clima de violencia imperante, exacerbar los instintos de las personas y peor aún, ahondar el grado de desinformación sobre los problemas vitales que vivimos.
Trataremos de dar una explicación parcial al problema.
Asumamos, que le consumidor (lector) de nuestra economía, al momento de elegir su canasta de consumo (conjunto de bienes), actúa como si buscara maximizar la satisfacción de sus necesidades, asumiendo para ello un sistema de preferencias ordenadas jerárquicamente, es decir, establece prioridades en cuanto a la satisfacción de sus necesidades.
Podemos ordenar las necesidades en tres categorías: primarias (alimentos, abrigo, etc.), convencionales (relaciones interpersonales, lectura de diarios) y de orden superior (lujos), siendo las dos últimas formadas y moldeadas por el contexto social.
Las necesidades de nuestro lector son infinitas, al satisfacer una, aparecerá la siguiente, pero manteniendo la jerarquía de sus necesidades (por ejemplo: primero satisface el hambre, luego compra un diario: no al revés). No olvidemos que nuestro lector estará sujeto a un ingreso real, en el caso peruano, éste cayó 10,1% entre enero de 1995-1996, en el sector público. Por lo que cambios en su ingreso real (ingreso nominal entre IPC) le permitirán tener cambios cuantitativos y cualitativos en su canasta de consumo.
Es decir, a mediada que aumenta su ingreso real y satisfaga necesidades de mayor grado saldrán e ingresaran bienes en la canasta de nuestro lector, ya que éstos también están jerarquizados, los bienes que dejará serán los llamados bienes inferiores (dejará de leer La Chuchi, y leerá, por ejemplo, El Comercio).
En la Teoría de las Preferencias Lexicográficas (nuestra teoría para el análisis) se considera como bienes inferiores aquellos bienes de baja calidad, que a medida que aumente el ingresos, se sustituyen por otros que satisfacen tanto las necesidades iniciales como las de mayor orden (si leo El Comercio, estaré mejor informado que si leo La Chuchi).
Podemos catalogar a los diarios mencionados al inicio como bienes inferiores, pero ¿por qué son demandados?, porque la estructura de la demanda de bienes en la sociedad tiene relación con la distribución del ingreso. Y no debemos olvidar que en el Perú la diferencia del ingreso promedio de los hogares del 10% más pobre al 10% más rico es de 1 a 23. Tampoco olvidemos que existe cierta calidad en las canastas de consumo que nos permite reconocer los bienes y los grupos sociales a su consumo.
Con esas consideraciones, creo que ya vamos comprendiendo porque el 35,8% de nuestra población (23,1 millones es la población total) que lee diarios, una gran mayoría (de los estratos socio-económicos bajos) lee diarios catalogados como bienes inferiores. Ayudará más a la comprensión de esto si mencionamos que el 40% de los hogares más pobres del país perciben menos del 10% del ingreso nacional.
Si recordamos que 11 millones de peruanos viven en pobreza crítica, entenderemos porque para ellos comprar diarios cuyo precio promedio es de S/.1,5 aprox. (El Comercio, El Sol, etc.), significa adquirir un bien de lujo. Un compatriota con salario mínimo de S/.132 tendría que destinar S/.45 (34% de su ingreso), si desea mantenerse como mínimo informado en la actual era de la información.
En resumen, podemos afirmar que el nivel de ingresos de la mayoría de la población, condiciona la permanencia en el mercado de esos diarios de baja calidad periodística. Y dada la coyuntura publicar uno similar podría resultar lucrativo.
(Publicado en revista “Catalaxis”, N° 2. Lima, Mayo de 1996)
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