(Publicado en “Catalaxis. Revista Ilustrada de Estudiantes de Ciencias Económicas” N° 3, Julio de 1996. Lima: Sociedad Corsaria & Editores)
"Ciertos economistas son muy económicos en lo que hacen a sus pensamientos. La menor idea adquirida deberá durar toda la vida"
Por un instante imaginémonos en un zoológico, si queremos estudiar a un chimpancé, p.e.: debemos observarlo, analizarlos, tomar apuntes de su comportamiento y finalmente sistematizar todo lo anterior.
La Economía, una ciencia social (a decir de Mario Bunge, la Reina de las Ciencias Sociales), tiene como objetivo tratar de entender y explicar lo que sucede en una sociedad determinada, dado por entendido esto; el economista debe asumir una actitud de observador (análoga a la del zoólogo). Si bien es cierto, el hombre participa en el fenómeno económico como agente y como observador (fenómeno llamado dualismo epistemológico que está presente en las Ciencias Sociales), el economista no debe quedarse en el papel de agente económico (análogo al chimpancé); esencialmente debe investigar, desarrollar teorías, modelo, buscar contrastar sus relaciones de causalidad para que pueda intentar plantear soluciones a los problemas económicos vía políticas del mismo tipo. Es decir, hacer teoría económica no es un juego, como cualquier diletante pudiese pensar.
La megatendencia actual en el campo de la Ciencia Económica es buscar la especialización en estudios técnicos (apoltronarse usando recetas, sin buscar en lo oculto la esencia de las cosas) con las finanzas o el marketing, ¿ya entiende por que se habla tanto de estudios de postgrado en Kellog, Chicago o Stanford? Pero es una tremenda falacia afirmar que el fin del economista es ser empresario (recuérdese que lo primero no implica necesariamente lo segundo), notándose por ello en nuestro medio la aparición de escuelas de negocios bajo el nombre (mal dado) de Universidades, contribuyendo así a confundir y reforzar este pensamiento (véase Debate N°87 y Quehacer N°99)
Lamentablemente desde hace buen tiempo se tiene esa visión deformada y parcial de lo que es teoría económica. Ahora, por lo general, sólo se enseña una de ellas: la neoclásica; peor aún se cree que ella es representación fiel de cualquier realidad en el globo terráqueo, cuando es sólo la abstracción de una realidad imaginaria (es como si, quisiéramos aplicar la teoría proveniente de una realidad como Macondo, Utopía o La Atlántida a una realidad como la nuestra). Creo que está implícito, pero deducible, lo que compete a los economistas jóvenes especialmente a los latinoamericanos.
La época en que nos toca vivir, en que “el tecnócrata parece haber reemplazado al burócrata y el informático al mismo filósofo” –como dice Bryce Echenique (Quehacer N°100)- no debe llevarnos a actuar como agentes meramente imitadores, irreflexivos o casi nada creativos (cualquier semejanza con un chimpancé, consulte con un zoólogo).
La Economía, una ciencia social (a decir de Mario Bunge, la Reina de las Ciencias Sociales), tiene como objetivo tratar de entender y explicar lo que sucede en una sociedad determinada, dado por entendido esto; el economista debe asumir una actitud de observador (análoga a la del zoólogo). Si bien es cierto, el hombre participa en el fenómeno económico como agente y como observador (fenómeno llamado dualismo epistemológico que está presente en las Ciencias Sociales), el economista no debe quedarse en el papel de agente económico (análogo al chimpancé); esencialmente debe investigar, desarrollar teorías, modelo, buscar contrastar sus relaciones de causalidad para que pueda intentar plantear soluciones a los problemas económicos vía políticas del mismo tipo. Es decir, hacer teoría económica no es un juego, como cualquier diletante pudiese pensar.
La megatendencia actual en el campo de la Ciencia Económica es buscar la especialización en estudios técnicos (apoltronarse usando recetas, sin buscar en lo oculto la esencia de las cosas) con las finanzas o el marketing, ¿ya entiende por que se habla tanto de estudios de postgrado en Kellog, Chicago o Stanford? Pero es una tremenda falacia afirmar que el fin del economista es ser empresario (recuérdese que lo primero no implica necesariamente lo segundo), notándose por ello en nuestro medio la aparición de escuelas de negocios bajo el nombre (mal dado) de Universidades, contribuyendo así a confundir y reforzar este pensamiento (véase Debate N°87 y Quehacer N°99)
Lamentablemente desde hace buen tiempo se tiene esa visión deformada y parcial de lo que es teoría económica. Ahora, por lo general, sólo se enseña una de ellas: la neoclásica; peor aún se cree que ella es representación fiel de cualquier realidad en el globo terráqueo, cuando es sólo la abstracción de una realidad imaginaria (es como si, quisiéramos aplicar la teoría proveniente de una realidad como Macondo, Utopía o La Atlántida a una realidad como la nuestra). Creo que está implícito, pero deducible, lo que compete a los economistas jóvenes especialmente a los latinoamericanos.
La época en que nos toca vivir, en que “el tecnócrata parece haber reemplazado al burócrata y el informático al mismo filósofo” –como dice Bryce Echenique (Quehacer N°100)- no debe llevarnos a actuar como agentes meramente imitadores, irreflexivos o casi nada creativos (cualquier semejanza con un chimpancé, consulte con un zoólogo).
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